top of page
Asset_Javier_-10.png
logoCMMAS_color_edited.png

Javier Álvarez
1956-2023
Comp
ositor, creador, educador, gestor cultural

Javier_-10.png

Nacido en 1956 y criado en la Ciudad de México, el compositor, educador e intelectual Javier Álvarez creció en una familia de arquitectos, aprendió a tocar el clarinete y comenzó a componer a temprana edad, tocando jazz y música tradicional mexicana durante su adolescencia. La efervescencia artística, literaria y musical de su país natal y sus estudios de pregrado en el Conservatorio Nacional con los mentores Mario Lavista y Daniel Catán lo impulsaron a alcanzar el reconocimiento como compositor emergente a principios de los años setenta. Después de obtener más títulos académicos de la Universidad de Wisconsin en Milwaukee y más tarde del Royal College of Music y la City University de Londres, donde vivió y trabajó durante casi 25 años, regresó a su país natal en 2005.

La búsqueda musical de Javier Álvarez ha involucrado varios géneros a lo largo de su vida: música de concierto, electroacústica, danza, multimedia y cine. En 1978, a los 17 años, obtuvo reconocimiento nacional como ganador de un premio de composición orquestal y para 1993 había compuesto la música de Cronos, la ópera prima del cineasta ganador del Oscar Guillermo del Toro.

La producción de Javier Álvarez suma cerca de 125 obras que van desde formaciones instrumentales solistas y de cámara, con y sin electroacústica, hasta composiciones vocales y orquestales. Muchos de los solistas, conjuntos, directores y orquestas más destacados de México y el extranjero interpretan su catálogo. El timbre y el ritmo han sido áreas de especial interés para Javier Álvarez y quizás por eso escribió obras para percusión (entre ellas tres conciertos de percusión, obras en las que intervienen instrumentos vernáculos de origen afrolatinoamericano como los steel drums chekerés y los berimbaos, así como obras para maracas, marimbas, tambores y percusiones variadas). Desde los años ochenta, la mayoría de sus composiciones oscilan entre lo electroacústico, lo instrumental y lo orquestal, por ejemplo: Brazos de niebla (2018), Mejor morir en la selva (2017), Metal de Corazones (2012), Quemar las Naves (1988), Metro Chabacano (1988), o Temazcal (1984). Muchas de estas obras se han convertido en paradigmáticas en sus respectivos géneros, y son estudiadas regularmente en universidades y conservatorios de Europa, Asia, América del Norte o América Latina.

Es dentro de este amplio territorio musical donde se puede encontrar la contribución más característica de Álvarez al lenguaje musical: un realismo mágico musical - una síntesis extraordinaria de realidad y fantasía, de lo tradicional y lo contemporáneo, la mezcla de lo tecnológico con lo primigenio: un hilo resonante de ritmo y timbre. En las conceptualizaciones musicales de Álvarez, como en las de Ginastera, Bartok, Lutoslawski o Revueltas, esto no es solo un adorno fácil: cuando uno escucha obras como Temazcal se reconoce una voz individual, un poder cognitivo; ese que surge cuando, en cada nueva escucha de una pieza, uno percibe una singularidad que es nueva y desafiante pero identificable: una mezcla abstracta y fluida de fantasía, humor, inteligencia e imaginación que es única e individual. En consecuencia, la música de Álvarez impregna una trama fantástica, pero el oyente invariablemente percibe una "claridad de dicción", o lo que en música se refiere a la capacidad del compositor para convertir lo que primero se imagina y luego se escribe en una experiencia sonora memorable. Esta es una hazaña mental que solo unos pocos artistas logran lograr.


En palabras del musicólogo Aurelio Tello, “las obras de Álvarez reflejan un lúcido deseo de borrar las fronteras entre lo erudito y lo popular y afirmar un compromiso con lo heredado, lo aprendido y lo creado. Imagina una escena para transformarse en sonido, ya sea un movimiento de remeros, como en Trirreme; la mecánica de un objeto, como en De aquí a la veleta, la invención de un folclore imaginario, como en Geometría foliada, y un paseo rutinario que estimula la imaginación creadora del compositor, como en Jardines con palmera. Luego procede con una orquestación impecable, lo que resulta en el descubrimiento de una gran cantidad de timbres, una certeza sonora que distingue a Javier Álvarez como uno de los compositores contemporáneos más refinados, personales y originales”.

Amigo entrañable y maestro en todos sentidos. Siempre agudo y con una crítica sincera pero constructiva. Padre, marido, amigo, compositor, intérprete, maestro, gestor, director. ¿Cómo se puede ser tantas cosas? En realidad, son una sola. Transportador de ideas en sonido y en palabras, en acciones y en gestos. Javier es la razón de escuchar diferente y conmoverme tanto con el sonido. “Debes de llevar esta idea al máximo. Cuando sientas que ya no da mas, ahí apenas estas comenzando” decía. Su música, sorprendente, conmovedora, conectada con lo importante. Interesado en tantas cosas. En el origami, el café, la política, los gadgets, los bichos, la foto, los espacios. Recordaba detalles significativos, pero estaba ahí para las cosas de cada día. Pilar siempre del CMMAS, de Visiones Sonoras y muchos otros planes. Te voy a extrañar para siempre y para siempre te daré las gracias mas profundas que puedan existir.
 

Rodrigo Sigal (mayo 24, 2023)

Javier_-11.png
Asset_Javier_-10.png

A manera de homenaje el CMMAS ha recopilado en este sitio el material que hemos tenido la fortuna de producir, apoyar y compartir.
Los invitamos a escuchar, conocer y disfrutar del trabajo de Javier Álvarez:

Asset_Javier_-10.png

Recordar a los compositores que hemos conocido, contar sus historias, realizar sus dibujos verbales, su écfrasis creativa, es más importante y urgente de lo que uno piensa. Cuántos amigos de Revueltas se llevaron con ellos las anécdotas, las conversaciones, los recuerdos de los momentos vividos, o de Chávez, o Candelario Huizar cuando era laborioso y paciente bibliotecario del Conservatorio Nacional. Hay, si acaso, alguna foto. Porque no se usaban las fotos como ahora, podría decirse, pero tampoco hay fotografías de palabras, y las palabras no escaseaban entonces. El propio Manuel Enríquez, tan cercano a nosotros y tan lejano a la vez. 

Y ya que le he mencionado empezaré por ahí. Conocí a Javier en el viejo Cenidim, en el primer Cenidim, que fundó y a la sazón dirigía Manuel Enríquez, precisamente. Javier llegó desde las humedades grises de Londres para escribir una obra electroacústica en el laboratorio instalado en la calle de Liverpool (16), donde estaba atracado un Moog monumental, como en una película retro de ciencia ficción. 

—Vine de Londres a Liverpool, que chiste —dijo, siempre con un sentido del humor a flor de piel.

 Se aparecía, y daban ganas de sonreír. Contagiaba su vitalidad feliz. Tenía dentro de sí una especie de sol meridiano portátil que no le abandonó ni en los momentos más grises.

Javier estaba ahí, invitado por Enríquez. Todavía no nacía la Mac, hay que decirlo, porque esas computadoras, desde la Classic, constituyeron uno de los detonantes de felicidad metafísica de Javier. 

Yo andaba por los diecisite. Era el año 79, quizás el 80. El Cenidim, en su primera versión, estaba ubicado en una casa porfiriana de gran belleza, con ventanas nostálgicas que empezaban a desanudarse de un pasado lleno de voces y sonidos. Ese pasado se desprendió del todo con el terremoto del 85. Todo alrededor. Pero la vieja casona sobrevivió de manera inverosímil, y ahí siguió, desfasada de su centro de gravitación, lo que pareció asentarla en un espacio descolocado de deconstrucción muy a la moda. Hoy es la sede de la fundación Ocavio Paz.

Tenía una escalera de caracol con baldosas de mármol. Javier, como hijo de arquitecto, hacía constantes reflexiones sobre sus proezas constructivas, con gran tino, como si la casa le susurrara sus secretos al transitar por ella. 

Al fondo, en lo que inicialmente debió ser un jardín, se construyó una mole rectangulada, un tanto Bauhaus, que por fortuna parecía discretamente escondida. En la planta baja estaban instalados los gabinetes para el taller de composición, que dirigió por muchos años Federico Ibarra. 

En la segunda planta aguardaba el tesoro, el laborioso laboratorio instalado con exactitud ingenieril por el ingeniero Raúl Pavón, uno de los pioneros de la electroacústica quien recibió a Javier con el emotivo comedimiento con que son recibidos los héroes. Javier venía de escuchar otros sonidos más allá del oceano (no había Internet y los acetatos eran la tecnología de punta), y Pavón quería no tanto escucharlos, como imaginar sus centáuricas estructuras acústicas.  

En ese momento la electroacústica nos presentaba  sonidos no escuchados, sonidos imposibles seguramente provenientes de otra galaxia. Escuchábamos las transformaciones internas del sonido como cosas de otro mundo, aunque la acústica nos las explicara como cosa sensata e inofensiva. Fue el paso desde la electroacústica que quería parecerse a los instrumentos, para sustituirlos, a una electroacústica que no quería parecerse a nada. De pronto emergió un instrumento insólito, un super órgano, que era como un cerebro exterior. 

Todo ocurría a través de cables, como si fuera un sistema de neuronas conectándose. Dado un sonido, un cable aportaba la altura, otro, la onda cuadrada o sinosoide, uno más, las envolventes de ataque y decaimiento, y había que agregar la intensidad, y las mezclas de las ondas (por ejemplo de la cuadrada con la triangular), y aún recursos candorosos de espacialización (candorosos si los comparamos con un sistema multicanales de hoy, aunque resultaba igualmente emocionante y espectacular). Todo eso era necesario para cada instante de sonido. Hoy hemos perdido esa latencia de lo insólito, y las sonoridades más remotas han adquirido una cierta indolencia doméstica. 

El laboratorio, cuyo cerebro era el Moog, se desplegaba en un laberinto de cables y conexiones, miles y miles, con cables rojos, verdes, amarillos y azules, cada uno con un código indispensable. Detrás de cada cable se ocultaba un universo desconocido y fantástico.

El compositor electroacústico de entonces tenía la obligación de aprender acústica. 

Y por ahí se encuentra una de las historias de vida de Javier, siempre al día con la última posibilidad tecnológica, siempre agotando el último recurso en espera automática del nuevo. Javier nos cuenta con sus obras la historia tecnológica del sonido de las últimas décadas, de las décadas definitivas, en las que pasamos de grabar y cortar cintas a los procesadores del siglo XXI. 

Pavón quería saber cómo podía situarse su laboratorio de sonidos en el contexto de los espacios de creación que Javier había conocido en Europa y Estados Unidos, y le preguntaba constantemente por su punto de vista sobre los recursos encontrados ahí. 

Tenía dudas del profesionalismo de soluciones a la mexicana, con materiales comprados en la tlapaleria de la esquina, pero a la vez confiaba en la fortuna del resultado.

En el centro había un Moog, que era como un sistema neuronal de un futuro distante hecho de conexiones por cables. Si ustedes han visto el área de cables del Cmmas, debo decirles que es cosa de niños frente a aquella habitación en la que los sonidos eran reducidos constitutivamente a su condición de cables. No es que cada cable fuese un sonido, pues cada sonido requería para consituírse un conjunto de cables. Algo verdaderamente alucinante. Una sola secuencia de sonido requería horas de trabajo conectivo. Había, claro, la intuición y la predicción teórica de lo que ocurriría con cada nuevo enchufe, pero siempre con el temor de algunas sorpresas que llegaron a volar las ventanas de vidrio. Entre otras cosas, ahí comprendí la potencia del sonido, que hasta entonces me había parecido inofensivo. En el doble sentido decibélico y simbólico.

Fueron décadas de cambios prodigiosos, que Javier recorrió minuciosamente, escalón tras escalón. Durante medio siglo Javier compró cada artefacto que prometiera hacer algún ruido, al grado de que si los hubiera guardado (¿los guardó?) podría hacerse con ellos un museo del sonido que al mismo tiempo escribiera la biografía de Javier y de la electroacústica. La historia tecnológico-sonora de esas décadas es científica y a la vez fantasiosa, y descubre nuevos territorios de manera constante. Se llegó a decir que estábamos ante el fin de los instrumentos de madera y metal, ante el fin de las orquestas y cuartetos de cuerda. Javier veía en sus fierros y plásticos y pantallas verdaderos guarnieris en potencia. Iba de éxito en éxito con sus artefactos, pero al mismo tiempo de fracaso en fracaso, porque cada recurso mostraba sus límites con la salida del nuevo recurso, más potente, más rápido, más brillante, más poderoso desde el prestigio de su marca Acme. Hay algo triste en ese proceso, algo que no pasa, digamos, con los Guarnieri o los Stenway, que llegan para quedarse. Esa cosa efímera se vuelve constitutiva de la estética. Javier decía, con un realismo feroz, que lo que hacemos es efímero, un mero happening sin más trascendencia que el presente.

Las propias historias de Javier son muy sugerentes al respecto, desde la que cita como su estímulo definitivo para tomar la decisión de ser músico, en una casa cuyas tuberías hacían propuestas percusivas aleatorias cada vez que alguien abría la llave. O aquellas historias de París, como huésped del entonces joven IRCAM. Generaba sus conexiones y lanzaba un proceso. Mientras los aparatos generaban los tres segundos de sonido inventado, Javier podía irse por un café a los Campos Elíseos y hasta escuchar de paso una sinfonía de Berlioz. Hoy eso mismo se hace en menos tiempo de lo que puede contar como tiempo. 

Hay que decir que Pavón escribía el que a la postre sería el libro pionero de la música electrónica en español (La electrónica en la música y el arte), y muchas de las cosas contenidas en él (yo estuve a cargo del proceso editorial) fueron tratadas por Pavón en esas conversaciones con Javier. 

Enríquez también era electroacústico en una buena escala, pero tanto como lo fueron Berio o Ligeti. Es la generación de Javier la que inicia con plenitud la vida electroacústica llena de aparatos que harán obsoletos en muchos sentidos a los conservatorios (Javier hablaba de ello con frecuencia), y en donde empezarán a existir compositores que vienen del ámbito de la ingeniería y no del contrapunto. 

A la vertiente tecnológica como medio de aproximación a Javier, sumaría una inmediatamente consecuente: el estallamiento de los sistemas de composición en tanto sistemas interválicos, base de la teoría por varios cientos de años. El sonido es otra cosa apasionante además de sus alturas. ¿Qué es? Esa sigue siendo una pregunta viable. Y con cada obra de Javier podríamos explorar una respuesta distinta. He pensado ahora que surge de pensar que hay una afinidad conceptual en el diseño de un mosquito y de un helicóptero, y escribe una obra que muestra la transición entre ambos mundos, que al final parece un simple asunto de decibeles. 

Mencionaré brevemente, por apremio de tiempo, un par de cosas más, que se entrelazan. Me refiero a su mexicanismo, un tanto nostálgico, imaginado por una buena etapa de su vida desde otras latitudes. La idea de poner títulos con nombres de estaciones del metro suena hoy natural, pero en su momento fue todo un desafío. Un guiño. En ese momento seguía presente, como lo está ahora, la disputa entre vanguardia y nacionalismo, como si fueran dos cosas incompatibles. Imaginemos de un lado a compositores como Leonardo Velázquez y del otro a Manuel Enríquez y Alicia Urreta. Javier, con un pie en cada lado, mostró otras posibilidades. Una especie de nacionalismo urbano contemporáneo, surgido de los sitios menos predecibles. 

Sin excluir los referentes simbólicos indígenas. Por ejemplo, Temazcal, que termina con una breve cita de música mexicana. Es una de sus obras más exitosas, porque reúne las señales más exactas de la obra de Javier, desde la selección ritual, chamánica, de las maracas, hasta la habilidad tecnológica. La aparición de la última cita es una revelación, parece que toda la obra es una deconstrucción de eso que escucharemos al final, como si todo lo electroacústico fuera esa cita vista desde el revés. La electroacústica como deconstrucción de lo real. Eso parece decirnos la obra. Y de pronto en una transición nos lo muestra. Esa sorpresa de ir de un punto abstracto, de sonidos que no existen hasta ese momento en que nacen, a otros sonidos que no sólo existen desde antes, sino que tienen una fuerza cultural absorbente, ahí, en esa transición, en esa frontera, ahí surge Javier Álvarez.  Ahí, entre líneas, están las claves de lectura de la gran obra musical de Javier. 

Finalmente hablaré de poetas. Como Debussy, como Revueltas o Lavista, Javier amaba particularmente a dos poetas, al menos. Pero Tabasco y Yucatán y el sur en su conjunto forman una sola unidad cultural. Ambos tabasqueños. Ambos, poetas mayores. Pero a la vez, ambos mal leídos, por distintas razones. Por tanto no alcanzan a tener en el imaginario popular el alto rango que realmente poseen. 

Uno solar, transparente, admirado por el propio Revueltas en su versión joven: Carlos Pellicer. Formado con recursos de apariencia tradicional, su contenido de cien grados alcohólicos de poesía lo salva de los lugares comunes de manera permanente. La selva, el sol están en él como de algún modo también en Javier. 

El otro, que escribió un sólo vasto libro, José Carlos Becerra, otro Carlos. Su libro: El otoño recorre las islas. El otro extremo de lo solar, pero en el universo de la selva, del Caribe, de la humedad pesada de sonidos. 

Habría que buscar una lectura en clave de ambos Carlos para leer entre líneas la obra de Javier. 

Dije al principio que Javier, cuando aparecía, iba precedido de una sonrisa solar meridiana, en el doble sentido de Mérida y de medio día sin sombras.

Luis Jaime Cortez (septiembre, 2024)

Asset_Javier_-10.png
Asset_Javier_-10.png
Asset_Javier_-10.png
Asset_Javier_-10.png
Asset_Javier_-10.png

Obra

"La música de Javier Álvarez refleja la influencia de las culturas populares que van más allá de las fronteras de nuestro tiempo y espacio; su trabajo es representativo de una corriente sumamente importante en las artes."

John Adams

Homenajes

Asset_Javier_-10.png
Asset_Javier_-10.png

Conferencias y entrevistas

Asset_Javier_-10.png
Asset_Javier_-10.png

Galeria

Conoce el homenaje en Sonus Litterarum

logoCMMAS_color_edited.png
bottom of page